Isidoro de Errázuriz y Aldunate

Isidoro de Errázuriz y Aldunate 1782-1835

Isidoro fue el tercero de los hijos varones, de don Francisco Xavier de Errázuriz y Madariaga y de doña Rosa Aldunate, nació el 4 de abril de 1782. Después de haber cursado sus estudios primarios ingresó en 1798 a la Real Academia de San Luis y se recibió de ingeniero “con lucimiento en sus exámenes con nota sobresaliente” en 1802.

Las actividades de don Isidoro en ese periodo de su juventud son poco conocidas. Sabemos que siguió desempeñando sus servicios militares, pues cuando en 1809 contrajo matrimonio, con doña María Antonia Salas y Palazuelos, se titulaba Teniente del Regimiento de Caballería de la Princesa y Subasistente del ramo de la Pólvora.

Siendo, acaso el más exaltado patriota de entre los de su familia, don Isidoro Errázuriz abrazó con entusiasmo esa causa y desempeñó con distinción algunos cargos preeminentes. Fue Diputado en el Primer Congreso Nacional de 1811, y miembro del Cabildo de Santiago en 1812. El 13 de noviembre de ese año, aparece suscribiendo junto con don Tomás de Vicuña, don Manuel Barros, don José Manuel Astorga, etc., una nota redactada por don Antonio José de Irisarri, que aquella institución dirige al Virrey del Perú, que constituye el documento más elocuente y explícito en el propósito de libertad e independencia que en Chile se hubiese emitido hasta esa fecha. Entre otras cosas, esa nota pide al Virrey que “reconozca la libertad de Chile como aliado o se prepare a la guerra como enemigo . . .”, y luego añade “Para cuando aguarda Chile representarse en el gran mundo político como un estado libre, ¿celoso de su reputación y digno de las atenciones de sus vecinos?”. Dos años más tarde, ocupando también un asiento en el Cabildo de Santiago, aparece la firma de don Isidoro (16 de mayo de 1814), agradeciendo al Comandante de la “Phebe”, don Santiago Hilliar, “los esfuerzos y sacrificios” con que ha conciliado las diferencias que han hecho causar la guerra que hemos sostenido contra el ejército invasor de la capital de Lima. ...

Sus exaltados sentimientos patrióticos hicieron que, cuando en 1814 triunfó la causa realista, don Isidoro Errázuriz fuese apresado y deportado junto con 32 distinguidos personajes a la Isla de Juan Fernández. El destierro ordenado por Osorio se hizo en forma vejatoria. Después de caminar 30 leguas en dos días de viaje, con sol abrasador y en pésimas cabalgaduras, los desterrados llegaron a Valparaíso y allí se les metió en el fondo de una cala de la corbeta “Sebastiana”. Tratados en forma inhumana, sin luz ni aire, aguardaron varios días, y después de una semana de navegación llegaron al presidio donde debieron convivir con criminales de derecho común. En ese tugurio padecieron sufrimientos indecibles debido a las sabandijas y ratas que se comían las provisiones, y por último tuvieron que soportar un incendio pavoroso y un gran aluvión que terminó con el alojamiento de aquellos desgraciados. Entre los prisioneros, que eran todos miembros conspicuos de la sociedad chilena, figuraban don Ignacio de la Carrera, don Agustín de Eyzaguirre, don José Santiago Portales, don Mariano y don Juan Egaña, don José Ignacio Cienfuegos, don Manuel Blanco Encalada, etc. Se hallaba también don Manuel de Salas, su suegro.

EI mandatario realista había impartido una orden sui géneris: primero se desterraba a los acusados y después debería juzgárseles, sin oírlos y sin que pudieran defenderse. Instruidos los procesos por el Fiscal Lazcano, se comprobó la inocencia de muchos de los desterrados y cuando ya estuvieron los ánimos más aplacados, se permitió a algunos de ellos regresar al continente. Entre los agraciados se encontró don Isidoro Errázuriz, a quien se le conmutó el destierro por una relegación en su hacienda de Popeta y después en la costa de San Antonio. Grandes y entusiastas aclamaciones recibieron los proscritos cuando regresaron a Valparaíso el 31 de mayo de 1816, pero don Isidoro bien poco aprovechó de la clemencia realista, porque don Casimiro Marcó del Pont, el nuevo mandatario que España había enviado a Chile, “títere relamido y odorífero” como lo llama un historiador nacional, se negó a cumplir las instrucciones de su monarca y “por su propio bien” mandó alejar del continente a un numeroso grupo de patriotas. Entre ellos se halló don Isidoro Errázuriz que hubo de regresar nuevamente preso a Juan Fernández. El alejamiento de sus hogares de aquellos desgraciados, a quienes, además, cierto Tribunal de Secuestros había ordenado apoderarse de todos sus bienes, sumiendo a sus familias en la miseria, duró hasta después de Chacabuco y sólo en mayo de 1817, pudieron regresar a sus casas…

Tratando de reponerse de la merma de su fortuna seriamente quebrantada y de atender sus intereses personales, don Isidoro Errázuriz se dedicó a las tareas agrícolas y no tuvo ninguna actuación destacada en el gobierno de O’Higgins. Volvió nuevamente a la política en el periodo de Freire, ocupando un sillón de Diputado propietario por Melipilla durante los años 1824 y 1825, después de los cuales su nombre se eclipsa otra vez de la vida pública. Pasado el indeciso combate de Ochagavía, habiendo quedado acéfalo el gobierno central con el alejamiento de don Francisco Ramón Vicuña, en diciembre de 1829, se verificó una elección para designar a los miembros de una nueva Junta de Gobierno. La gran mayoría de los 1.788 votos que se emitieron, favorecieron a don José Tomás Ovalle, a don Isidoro Errázuriz y a don José Maria Guzmán, facultándolos para nombrar Gobernador local del Cabildo.

Contando con la anuencia del General Freire, Ovalle y Errázuriz tomaron posesión de sus cargos de Vocales de la Junta de Gobierno el 24 de diciembre y su primer acto fue designar Gobernador Local a don José Ángel Ortúzar, junto con una docena de Cabildantes de destacada figuración social. La Junta de Gobierno duró en sus funciones hasta el 17 de febrero de 1830, cuando el General Freire, apoyado por el partido Conservador, se adueñó del poder en toda la Provincia de Santiago. AI iniciarse la administración del General Prieto, en la cual su hermano, don Ramón Errázuriz fue Senador propietario por Santiago, don Isidoro lo fue como suplente por Aconcagua y en tal calidad le correspondió actuar durante el periodo de 1831 a1 34, teniendo como colegas al Obispo Cienfuegos, a don José Miguel Irarrázaval, don Pedro Felipe Íñiguez, don Francisco García-Huidobro, etc., todos senadores suplentes como él. En esta interesante etapa de reconstrucción nacional, durante la cual se gestó la famosa Constitución del año 33, su hermano, don Ramón, desempeñó la cartera del Interior y Relaciones Exteriores, como sucesor de Portales a quien luego tuvo como colega en el Ministerio de Guerra y Marina. Investido de su alto cargo en el Senado, terminó la carrera política de don Isidoro Errázuriz, en 1833, año en que falleció desempeñando esas funciones.

En las particiones de don Francisco Xavier de Errázuriz y Madariaga, efectuadas en 1818, correspondió a cada uno de los trece Errázuriz Aldunate, la suma de $ 18.392. La hacienda de Popeta (Melipilla), que era el más importante de los bienes de aquella sucesión, fue adjudicada a don Isidoro en la suma de $ 76.100, debió este cancelar a sus hermanos el excedente de su cuota hereditaria, con facilidades. Según ese documento media 2.942 cuadras planas aptas para todo cultivo (4.626 hectáreas), además de las serranías. Tenía también edificios, galpones y demás dependencias usuales en los campos chilenos, y a junta a la casa principal, que contaba con un buen menaje, se levantaba la pilla con su torre y campanario. Disponía, además, esta valiosa propiedad un molino, fragua, aperos, vasijas y animales, todo lo cual estimaba el tasador en la suma indicada. Don Isidoro, que según don Crescente Errázuriz, era el más inteligente sus tíos, fue un hombre progresista y emprendedor. Aprovechando los conocimientos de ingeniería que había adquirido en la Academia de San Luis, que eran los mejores que se podían obtener en Chile en esa época, trazó un canal dotar a su hacienda de un importante caudal de agua que debía valorizarla enormemente, incrementando su producción y su renta.

En esa época hacía ya muchos años que don Isidoro estaba casado y tenía una numerosa prole. Además de su patrimonio personal, había recibido la apreciable suma de $ 17.245, al desposarse el 24 de mayo de 1809, con doña Antonia de Salas y Palazuelos, cuya dote consistía en $ 8.000 en dinero efectivo y el resto en alhajas, plata labrada, obsequios de la parentela y un esclavo. El matrimonio de don Isidoro con doña Antonia Salas, verificado previas las dispensas necesarias tuvo de particular, refiere Vicuña Mackenna, "que, habiéndose efectuado en el vecino lugar del Salto, con autorización del Vicario Capitular, al volver a la ciudad el acompañamiento y los novios, les salió al encuentro el Canónigo don José Antonio de Errázuriz (tío de aquel) intimidándoles una orden del Cabildo Eclesiástico, que disponía que el matrimonio debía ser autorizado por este para ser válido. El Vicario y el Cabildo estaban en pugna y mutuamente se desaprobaban lo que hacían. Para salvar el conflicto, los novios resolvieron casarse de nuevo, al instante, y al efecto pasaron a la casa de la Pólvora, en donde el Canónigo los unció otra vez al yugo matrimonial. "Igual percance le aconteció a don Antonio José de Irisarri, que en el mismo lugar y día casó con doña Mercedes Trucios y Larraín".

Don Manuel de Salas tuvo una brillante descendencia y entre sus hijas se destacó doña Antonia, esposa de don Isidoro Errázuriz, que ha dejado una profunda huella por su bondad y su caridad sin límites. "Si alguna vez se necesitó en Chile que el ángel de la caridad y del consuelo extendiera sobre él sus alas protectoras, -dice don Vicente Grez--, fue durante los años de la Independencia. Había entonces un país extenuado por una lucha sangrienta e interminable, una poblaci6n de viudas y de huérfanos, de harapientos y de inválidos, un pueblo que sufría todas las grandes desgracias que impone el cumplimiento de los santos deberes". "En medio de esas horas de angustia apareció una mujer animosa, uno de esos espíritus celestes creados exclusivamente para el bien; una de esas mujeres que tienen alas, y que llevan consigo, como una atmósfera propia, ese encanto irresistible y misterioso que hace nacer la dicha en los corazones desgraciados y brotar la fe en el alma incrédula. Esa mujer se llama Antonia Salas. Educada en un hogar modelo, desde muy pequeña acompañaba a su padre a visitar a los pobres del hospicio que había creado, a quienes daba cuanto tenia. Muy instruida, muy lectora, hablaba varios idiomas; de un carácter alegre y festivo, la sencillez de su trato le ganaba todos los corazones. Tuvo la suerte de encontrar un esposo igualmente inteligente y comprensivo, que le dio amplia libertad y dinero -cosa muy rara en esa época- para sus prácticas caritativas y formó con él un hogar muy dichoso que se pobló con 12 vástagos.

Cuando el gobierno realista se ensañó contra los patriotas, doña Antonia Salas acompañó a su padre y a su esposo al destierro de Juan Fernández, sosteniendo el ánimo de los desterrados, alentándolos y comunicándoles noticias de interés, señalándoles de un modo imperceptible las letras en los libros que los esbirros permitían entregar a los presidiarios. En 1820, apareció en Santiago el flagelo de la peste y doña Antonia Salas transformó su residencia de la chacra de San Rafael, en el Llano de Maipo, en un hospital, ocupando hasta las piezas y las camas de sus hijos para atender a los enfermos. Con sin igual entereza resistió la adversidad cuando ella vino a golpear las puertas de su hogar. En el terremoto de 1822, perdió en Popeta a un hijo de 8 años y más tarde vio también desaparecer varios otros retoños y la muerte le arrebató, asimismo, en edad temprana, a su amante esposo.

Desde entonces, puede decirse que doña Antonia Salas se dedicó de lleno al ejercicio de la caridad. Su casa de la calle del Rey, hoy del Estado, situada a media cuadra de la Cañada por el lado del oriente, fue un asilo de pobres y obras pías. Ella fue una de las fundadoras de la Casa de la Beneficencia y de la Hermandad de Dolores, y su Presidenta hasta que falleció. Con sus colaboradoras practicaba diarias visitas a los hospitales, al Hospicio, al Asilo del Salvador, a la Cárcel, a la casa de locos y a la de los huérfanos, y dondequiera que hubiese un enfermo que socorrer se extendía su mano bienhechora.

La señora Salas de Errázuriz, era de esas mujeres que hacen el bien sonriendo y que lo dan todo a trueque de enjugar una lágrima. Por eso, cuando murió, en 1867, don Mariano Casanova pronunció una magnifica oración fúnebre y todos los hogares de Santiago, donde había viudas y huérfanos, se cubrieron de luto. Por eso también, a pesar de la indiferencia de nuestro siglo, ha sido recibida con general entusiasmo, la estatua que obsequió su nieto don Matías Errázuriz, obra del conocido escultor Drivier, que erigió la ciudad de Santiago, de acuerdo con la Ley N° 94.146, monumento que hoy se levanta en la plazuela de la Merced y lleva en su base debajo de su nombre este sencillo epitafio: Charitatem Dilexit, amó la caridad.

Contando solo 51 años, don Isidoro Errázuriz Aldunate pagó su tributo a la tierra, falleciendo el 19 de agosto de 1833, dejando 12 vástagos.

Don Isidoro Errázuriz fue sepultado en el flamante Panteón, bajo de una lápida que todavía se conserva, donde la mano piadosa de sus deudos, mandó inscribir estas sencillas palabras: “Aquí yace el ciudadano Isidoro Errázuriz. Sirvió bien a la patria y su familia llora en él a un amante y buen padre. Nació el 4 de abril de 1872. Falleció el 1 de agosto de 1835”.

Extractado de LOS ERRÁZURIZ de don JOSÉ TORIBIO MEDINA 

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